lunes, agosto 17, 2015

Rifai (cuento autoexplicado)



El viejo Rifai miraba atento desde el follaje a las gacelas que comían tranquilamente.
El viento rozaba su rostro levemente, su olor se alejaba hacia la arboleda.
Rifai, el viejo lobo, suspiro melancólico, con la vista perdida recordo una vez mas...

Era un joven, todo un muchacho, había bajado al arroyo como cada mañana porque la sed lo torturaba un poco.
Rifai confesaba que había sido el destino o el desatino, lo que le forzó ese día a bajar unos metros alejado del lugar de costumbre.
Bebía lentamente, enlobado.
Ahora bien, si ese día no se hubiese tomado la molestia de seguir con la mirada a una pequeña mariposa amarilla; y si esta no hubiese sido tan insistentemente molesta; Rifai hubiera sido solo un lobo de la manada.

Madre, había dicho que todo tiene su curso y por eso el joven lobo comenzó a seguir a esta mariposa. Primero como un juego, agazapado y riendo entre dientes a causa del supuesto bocado, pero la mariposa no estaba para juegos y después de varios intentos bobos de Rifai se elevó rápidamente.
Refunfuñando por la perdida del ilusorio bocado, el joven Rifai sintió el golpe lejano de la pesadilla ´´sigues siendo un bueno para nada´´.
Sintiendo su orgullo de cazador apaleado no se  reunió al llamado de la manada.
No sentía hambre y estaba amargado, a si, a medio dormitar espero el aclarar del día.
hasta que un sonido le despertó, cuando se estaba poniendo de pie, por  la espesura de un matorral aparecieron tres gacelas.
El joven lobo se sintió sorprendido, de hecho Rifai  realmente se asusto.
El tiempo pareció detenerse, ninguno de los cuatro lograba articular movimiento, las tres gacelas le miraban a los ojos y Rifai en una postura no muy ortodoxa, para un cazador, se sentó.
La sensación de verse sorprendido y alcanzado lo habían desconcertado.

Madre, había dicho que todo tiene su curso, entonces si lo miramos bien, no tiene por que extrañarnos que una pequeña mariposa amarilla apareciera revoloteando entre las bestias.
La gacela mas pequeña desvió la mirada ante esta imprevista aparición y como saliendo de un sueño, Rifai encontró su camino perdido de cazador.
Una mezcla de vergüenza y rencor broto de sus entrañas, gruñiendo se arrojo hacia adelante sin elegir a ninguna de las presas.
Las gacelas medio despavoridas comenzaron a escapar, desordenadamente ordenadas, cruzandose y saltando en algo parecido a una danza.
Aunque era inexperto, instintivamente Rifai les  cerraba el paso, el correr del tiempo jugaba a su favor, su aguzado oido  escuchaba el trotar de sus hermanos, se sentia orgulloso al saber que sus pares lo mirarían con envidia.
Entonces tropezó, no sabía cómo, quizás una piedra o el pasto mojado; la cosa es que tropezó y su sueño de gran cazador desapareció.
Se puso de pie, la rabia se hizo sangre, el universo se tornó rojo.
Rifai veía como las gacelas huían.
Pero solo las jóvenes, la mayor, la más alta, la formidable se plantó frente al lobo.

Madre había dicho que las gacelas corren y que los lobos las persiguen, Madre nunca hablo de gacelas quietas.

La rabia aun le gobernaba, así que se arrojó con furia hacia ella, sin ninguna oposición la gacela se dejó atrapar.

Mientras Rifai hundía los dientes en el cuello de su víctima se sintió sobrecogido y arrebatado, se dio cuenta que podía verse a sí mismo desde lo alto, se miró mordiendo el frágil cuello, vio a sus hermanos acercándose, incluso vio a las gacelas detenerse y observarle desde una distancia segura.

Para Rifai el mundo se detuvo, se observó observándose, y le pareció  lógico que se mirara desde los ojos de una mariposa.
Escucho la voz de la gacela desafiandole a cuidar de sus hermanas, luego se hizo el silencio.

El viejo lobo, mira su manada compuesta por un par de viejas gacelas.
Gruñe por lo bajo a sus cansados huesos mientras se pone de pie.
Se deja arrebatar una vez más por el recuerdo, entonces aúlla largo y grosero.
Todos huyen, incluso los lobos más aguerridos.
Las gacelas que se acercan a acicalarlo.

Una mariposa amarilla, levanta el vuelo.